La
música es un lenguaje universal capaz de despertar
emociones y sensaciones únicas. A veces escuchas cantar a
alguien en un idioma desconocido, pero logras sentir lo que quiere transmitir,
aunque no sepas específicamente qué dice la letra. Lo que sí sabes es que está
expresando algo alegre, o triste, o dramático, etc.
La
música es como el chocolate, le gusta a casi todo el mundo. Esto sucede desde
tiempos inmemoriales. Desde que existe la cultura misma, también existe un
lugar para esos sonidos rítmicos que comunican sentimientos. En todos los
tiempos y en todas las civilizaciones ha existido esta forma tan particular de
expresión, tan rica en estilos.
“Cuando me siento temeroso, sostengo mi
cabeza en alto/ y silbo una tonada alegre, para que nadie sospeche que tengo
miedo…/ Y cada vez/ la felicidad de la tonada me convence de que no tengo miedo”.
-Rogers
y Hammerstein-
Sin
darnos cuenta, a veces acudimos a la música buscando un contenedor para
sentimientos que nos abruman, un lugar donde puedan desbordarse libremente sin
dañar a nadie. Otras veces nos reunimos para bailar y hacer que los ritmos
musicales marquen el de la fiesta. También buscamos las melodías para
tranquilizarnos, o para estudiar o trabajar. Pero, ¿cuál es realmente la influencia de la música en nuestra mente?
Un experimento en torno a la música
El
investigador pudo observar que durante
los lapsos de escucha, los participantes incrementaban el nerviosismo.
Se mostraban inquietos y lo expresaban cambiando constantemente de posición y
con movimientos erráticos de las manos y los pies.
Valderrama
pudo concluir que este tipo de melodías excitantes incrementaban el nivel de
ansiedad. La explicación radica en que esta
clase de ritmos estimulan intensamente el
sistema simpático y esto aumenta la tensión física y psicológica.
Si esta no se libera a través de movimientos como bailar o saltar, la energía
se acumula y da lugar a síntomas propios de la ansiedad.
El efecto positivo de la música
Que
las notas musicales “generen” energía no es un problema. El problema viene
cuando esta energía no puede gastarse realizando actividad física. En ese
sentido, la “música
fuerte” es magnífica para situaciones que exijan conductas enérgicas o
competitivas.
Asimismo,
las notas musicales
tienen la capacidad para relajarnos. Se logra con aquellos géneros que tienen
ritmos más regulares, lentos y el volumen no es tan alto.
Algunas piezas de música clásica, instrumental o pop suave contribuyen a
tranquilizarnos. Se emplean incluso en salas donde se llevan a cabo
radioterapias o tratamientos médicos agresivos.
La
ciencia ha podido establecer que los ritmos musicales estimulan diferentes
áreas del cerebro. De hecho, una investigación de la Universidad de La Florida
sugiere que los ritmos musicales ofrecen más activación cerebral que cualquier
otro estímulo conocido. Dentro
de los principales efectos positivos están los siguientes:
- Fortalece el aprendizaje y la memoria.
- Regula las hormonas relacionadas con el estrés.
- Permite evocar experiencias y recuerdos.
- Incide sobre los latidos, la presión arterial y el pulso.
- Modula la velocidad de las ondas cerebrales.
Se
ha comprobado también que la buena música fortalece el sistema inmunológico y
se traduce en mejor salud.
No por nada las vacas dan más leche cuando se les ponen las sonatas de Mozart.
Tampoco es azaroso el hecho de que las plantas florezcan más cuando hay música
de fondo. La clave está en encontrar el ritmo que nos pueda favorecer en cada
situación específica, de manera que podamos sacarle todo el partido a nuestro
favor.
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